H2 ABOY
EL LENGUAJE DE LA MATERIALIDAD
La exposición de París de 1889 y la poética del hierro
La exposición universal de París de 1889 ubicado en campo marte, fue una celebración del centenario de la revolución francesa, una demostración de las capacidades tecnológicas y constructivas, símbolo de progreso que empezó por la modernización urbana, iniciada décadas antes con las reformas de Haussmann, quien había transformado radicalmente la fisonomía de París, pero también había generado tensiones sociales y críticas hacia la creciente industrialización del paisaje urbano, esa modernización produjo “una nueva organización del espacio urbano basada en la circulación y la visibilidad, pero a costa del desplazamiento de los sectores populares. (Harvey, 2003). Esto muestra la necesidad de proyectar un país prospero y superior hacia el resto del mundo, que incluyó la polémica práctica de exhibir a personas de colonias o tribus "exóticas" lo que hoy se conoce como "zoos humanos", una práctica que evidenciaba el imperialismo y la visión colonialista de la época. Esto en ves de generar rechazo hacia el evento lo hizo mas atractivo que llevo a albergar aproximadamente 32.000.000 de visitantes. Por otro lado están las exhibiciones del avance tecnológico y arquitectónico de los países invitados que presentaron sus propias tecnologías incluyendo inventos de Tomas Edison, de las cuales destacamos dos obras que condensaron las contradicciones y aspiraciones de la epoca: la Galería de Máquinas, proyectada por Ferdinand Dutert y Victor Contamin, y la Torre Eiffel, diseñada por Gustave Eiffel y su equipo. La primera representó el triunfo técnico y espacial del hierro, pero fue efímera debido a que fue construido para un propósito ( albergar la exposición); la segunda, concebida como estructura temporal, que se transformó en símbolo permanente de la modernidad, aunque es sus inicios no tenia ningún propósito además de ser el arco de bienvenida, eso genero muchas criticas y poca aceptación por los sectores artísticos que lo consideraron una estructura monstruosa e inútil, una visión que fue cambiando a lo largo del tiempo llevando a convertir a la torre en una antena radial que logro que se conservara llegando a ser una emblema de la ciudad de Paris. Analizar ambas permite comprender cómo el hierro pasó de ser un recurso estructural empleado únicamente en edificios públicos que requerían un espacio con grandes luces ( estaciones de trenes, mercados, etc) no era un material utilizado en todo tipo de construcción por ser considerado antiestético y caro, pero debido a la necesidad de crear espacios mas abiertos fue introduciéndose en el ámbito constructivo universal llegando a ser considerado un lenguaje arquitectónico.

Plano de distribución de la exposición de parís - Año1889

Construccion de la exposicion de Paris, 1889
EL HIERRO Y LA MODERNIDAD: Del accesorio al lenguaje
Durante la primera mitad del siglo XIX, el hierro fue considerado un material ajeno al campo arquitectónico. Su empleo se restringía a puentes, fábricas y estaciones. Para Benevolo (1982), “los arquitectos del academicismo lo consideraban inapropiado para la expresión artística porque carecía de la dignidad de la piedra”. Esta desconfianza respondía tanto a razones estéticas como a la ausencia de una teoría arquitectónica capaz de justificar su uso visible.
No obstante, el desarrollo industrial impulsó la expansión de la siderurgia y modificó la relación entre técnica y forma. Con la aparición del hierro pudelado y las técnicas de laminado, se hizo posible una producción en serie de perfiles, vigas y arcos, transformando los modos de proyectar. Viollet-le-Duc (1872) defendió la necesidad de asumir el hierro como un nuevo lenguaje estructural, afirmando que “cada material tiene su lógica constructiva, y la verdad de la arquitectura consiste en emplearlo conforme a sus propiedades”.
La estructura de hierro y vidrio del Crystal Palace (1851) fue totalmente modular y desmontable. Esta capacidad de prefabricación y construcción rápida reveló el potencial técnico de los nuevos materiales. Sin embargo, muchos contemporáneos lo percibieron como una "carcasa mecánica" sin contenido estético. Giedion (1941) capturó esta tensión al describir el Palacio como “una construcción que reveló el potencial del nuevo material, pero que aún carecía de un lenguaje arquitectónico propio”.
El hierro se trató como un material nuevo en esa época, se desconocía del uso y las características que más adelante significarían el cambio a la modernidad. Es por eso que, aunque el Crystal Palace fuera una de las primeras representaciones arquitectónicas de su tipo, muchos lo tachaban de ser una arquitectura "sin lenguaje", no logrando asegurar su permanencia y la de distintas obras durante la temporada hasta llegar la construcción de la Torre Eiffel.
Podría decirse que el material no se "descubrió" en 1889 con la Torre Eiffel , sino que en ese momento tomó mayor importancia gracias a la permanencia constructiva después de la Exposición de París. Más adelante, los arquitectos y el público reconocieron el verdadero potencial de este material; a pesar de las distintos conflictos, obteniendo finalmente un lenguaje más significativo y abriendo las puertas a la Arquitectura Moderna.
Además, el uso del hierro como material visible desafiaba los valores simbólicos de la piedra, asociada históricamente a la permanencia y la monumentalidad. Según Boileau (1886), “la belleza del hierro no reside en la ilusión, sino en su precisión mecánica; pero esa misma precisión escandaliza a quienes buscan la apariencia de nobleza”.
En Francia, la polémica adquirió una dimensión política. La Tercera República necesitaba una imagen de modernidad que reemplazara los signos de la monarquía y del pasado imperial. Las exposiciones universales fueron el medio ideal para ello: un espacio donde la nación podía exhibir su capacidad técnica y su poder industrial ante el mundo. Giedion sostiene que “en las exposiciones se ensayaron las formas de la modernidad antes de que la sociedad estuviera preparada para aceptarlas” (1941).

Uso de hierro en puente, siglo XIX

Planta Crystal Palace - Modelación

Interior de Crystal Palace (Hierro y Vidrio )1851
LA GALERIA DE MAQUINAS: la monumentalidad efímera
La Galería de Máquinas, diseñada por Ferdinand Dutert y Victor Contamin, fue uno de los edificios más grande de la Exposición Universal de París de 1889 y uno de los experimentos estructurales más ambiciosos del siglo XIX. Su cubierta, compuesta por arcos articulados de hierro pudelado con una luz libre de 115 metros. Sin embargo, detrás de este logro técnico existía una serie de desafíos y críticas que reflejan las tensiones propias del proceso de legitimación del hierro como material arquitectónico.
El sistema de articulaciones metálicas, basado en rótulas que absorbían las deformaciones, fue recibido con escepticismo debido a su aparente fragilidad. Patetta (1987) comenta que Contamin debió publicar memorias técnicas para demostrar la fiabilidad del diseño, lo que evidencia hasta qué punto la arquitectura metálica debía conquistar su reconocimiento científico y cultural. La necesidad de justificar técnicamente la estructura revelaba la resistencia que aún persistía frente a las innovaciones industriales aplicadas a la arquitectura.
Asimismo, la cimentación fue dimensionada para resistir la totalidad del empuje de los arcos, los cuales se diseñaron para soportar por sí mismos toda la carga del edificio. La luz de los arcos triarticulados, medida a ejes de rótulas de arranque, fue de 110,60 m, lo que aclara la disparidad de datos en diversas fuentes documentales. En 1889, el uso del arco del metal estaba ya extendido para cubrir grandes luces; sin embargo, la construcción de la Galería de Máquinas contribuyó a su difusión internacional y a una prolongación temporal en el uso de esta tipología, duplicando las luces alcanzadas en edificios posteriores, especialmente en las grandes estaciones ferroviarias, que pasaron de cincuenta a cien metros.
El edificio fue también objeto de críticas por su carácter transitorio. Aunque su escala era monumental, estaba destinado a ser desmontado tras la exposición. Benevolo (1982) observa que “la monumentalidad de la Galería era paradójica, porque su destino efímero contradecía la idea tradicional de permanencia asociada al monumento”. Esa tensión entre lo técnico y lo temporal revela una de las contradicciones centrales del hierro: su capacidad para crear estructuras colosales y, al mismo tiempo, su dependencia de los ciclos industriales y económicos.
A nivel espacial, la Galería introdujo una experiencia sensorial inédita. La luz natural, filtrada por los paños acristalados, generaba una atmósfera de transparencia que transformaba la percepción del espacio arquitectónico. Giedion (1941) describió este efecto como “la primera experiencia de un espacio continuo, sin peso y sin jerarquía”. No obstante, para los arquitectos conservadores de la época, esa transparencia era interpretada como un signo de vacío: la ausencia de ornamento equivalía a la carencia de arte.
Finalmente, el edificio fue desmontado en 1910. Su desaparición simbolizó la dificultad de integrar plenamente la técnica industrial en el canon arquitectónico del siglo XIX. Sin embargo, su influencia fue decisiva: extendió el uso del arco metálico triarticulado y consolidó la monumentalidad basada en la estructura más que en el ornamento.
A diferencia de la Galería, que encarnó la fase experimental del hierro y la expresión visual, la Torre Eiffel representó la etapa de su legitimación y búsqueda de una forma estructural optima. la aceptación del lenguaje constructivo comenzó con uno de los mayores escándalos estéticos de la historia moderna.

Corte estructural de hierro de la Galeria de maquinas, 1889




Espacialidad interna de la galería
Estructuras de gran luces - documento de Medidas
Experimentación de hierro
Estructura interna de la galería de maquinas, 1889
LA TORRE EIFFEL: De estructura temporal a monumento eterno
Ubicada en el extremo occidental del Campo de Marte, la Torre Eiffel fue concebida como el pórtico de entrada a la Exposición Universal de París de 1889. Su construcción, a cargo Gustave Eiffel y su equipo, representó el punto máximo del dominio técnico sobre el hierro. Con 300 metros de altura, compuesta por más de 18 000 piezas de hierro pudelado unidas mediante remaches, la torre fue la estructura más alta jamás construida hasta entonces (Frampton, 1981).
No obstante, este logro técnico fue recibido con un profundo rechazo por parte de la sociedad parisina. Antes incluso de su inauguración, un grupo de artistas e intelectuales publicó en el periódico Le Temps la célebre “Protesta de los artistas contra la Torre de Monsieur Eiffel” (1887). Entre los firmantes figuraban Guy de Maupassant, Charles Gounod y Alexandre Dumas hijo, quienes denunciaban la obra como “una gigantesca chimenea de fábrica que deshonra París” (Benevolo, 1982). Este documento expresa la horrorización estética que provocaba el hierro, un material considerado vulgar y contrario a la armonía clásica.
Las críticas no se limitaron a lo artístico. Muchos ingenieros y políticos temían que la torre no soportara las cargas del viento o que su montaje, realizado en un tiempo récord, pudiera ser peligroso. Eiffel respondió con argumentos científicos, publicando cálculos de resistencia y experimentos sobre las presiones del aire (Eiffel, 1900). Esta defensa técnica fue fundamental para legitimar la obra: la torre no buscaba imitar formas del pasado, sino hacer visible la lógica estructural moderna.
Durante su construcción, la oposición fue tan intensa que se organizaron manifestaciones frente al Campo de Marte. Según Harvey (2003), “la torre simbolizaba el conflicto entre la tradición artística de París y la racionalidad industrial de la nueva República”. Este enfrentamiento entre lo técnico y lo cultural revela cómo la arquitectura metálica, más que un signo de progreso, era vista como una amenaza al orden simbólico de la ciudad.
Eiffel, sin embargo, defendía su proyecto como una demostración de la capacidad nacional. En una conferencia ante la Société des Ingénieurs Civils (1889), afirmó que su torre era “una prueba de que la Francia moderna puede dominar el hierro con el mismo genio con que antaño dominó la piedra” (Frampton, 1981).
Pese a ello, la obra no estaba destinada a permanecer. El contrato original establecía su desmontaje en 1909, veinte años después de la exposición. Su salvación se debió a razones puramente técnicas: Eiffel ofreció la estructura al Estado para instalar una antena telegráfica y un observatorio meteorológico. Benevolo (1982) afirma que, “la función científica de la torre fue el argumento decisivo que evitó su demolición”. Durante la Primera Guerra Mundial, la torre fue utilizada para interceptar transmisiones enemigas, consolidando su valor estratégico.
Solo después de cumplir ese rol funcional, la torre comenzó a adquirir el estatuto de símbolo. Giedion (1941) señala que “una estructura calculada con rigor y despreciada por los artistas se convirtió en el monumento más célebre de la era industrial”. Su monumentalidad no derivó del ornamento, sino de la exposición desnuda de su sistema estructural: cuatro pilares curvados que se encuentran en un vértice común, revelando la lógica interna del esfuerzo.
En síntesis, la Torre Eiffel representa tanto el culmen del racionalismo estructural como el proceso social de legitimación del hierro. Lo que comenzó como un objeto de rechazo se convirtió en emblema nacional gracias a su utilidad práctica y a su capacidad de condensar la estética de la era industrial. Su historia demuestra que la modernidad arquitectónica no surge del consenso, sino del conflicto entre tradición y técnica.

Bosquejo de la torre Eiffel y elementos de inspiración, 1889

Avance estructural de la torre eiffel, 1887-1889

CONCLUSIÓN:
Torre usada como antena radial
La Exposición Universal de París de 1889 representó un momento decisivo en el desarrollo técnico del siglo XIX. En ella, el hierro dejó de ser un material exclusivamente industrial para convertirse en el medio que materializó la idea de progreso. Sin embargo, su consolidación no fue inmediata ni exenta de conflictos. Las reacciones encontradas frente a las obras más emblemáticas de la exposición (la Galería de Máquinas y la Torre Eiffel) evidencian el complejo proceso de aceptación de la arquitectura metálica dentro de la cultura del período.
Mientras la Galería de Máquinas demostraba la capacidad del hierro para resolver problemas de escala y luz estructural, su desmantelamiento pocos años después simbolizó la fragilidad de esa modernidad técnica todavía no legitimada. Por su parte, la Torre Eiffel, concebida como una estructura temporal, sobrevivió por razones ajenas al valor arquitectónico que hoy se le atribuye: su conversión en antena de telecomunicaciones le otorgó una utilidad concreta que aseguró su permanencia más allá del evento (Frampton, 1981). Fue, en última instancia, la función técnica la que garantizó su continuidad, y no una aceptación inmediata de su forma o lenguaje.
El proceso de legitimación del hierro fue, por tanto, gradual y conflictivo. Las críticas estéticas y sociales que inicialmente calificaron a la torre como una “monstruosidad inútil” se transformaron con el tiempo en reconocimiento, a medida que la sociedad incorporó la técnica como parte de su paisaje cotidiano. Benevolo (1982) subraya que el hierro “no solo introdujo nuevas soluciones estructurales, sino que cambió la manera de concebir el espacio arquitectónico”, desplazando los límites entre arte, técnica y producción.
En ese sentido, la Exposición no puede leerse únicamente como un elogio del progreso, sino como el resultado de una tensión entre lo efímero y lo permanente, entre el rechazo y la apropiación. El hierro, a través de su funcionalidad y de su capacidad de adaptación, logró transformarse de material polémico en símbolo cultural. La Torre Eiffel no permaneció por belleza, sino por utilidad que se le atribuyo; sin embargo, esa misma utilidad terminó convirtiéndose en su justificación estética.
El recorrido del hierro desde la experimentación técnica hasta su aceptación arquitectónica demuestra que la modernidad no se impuso de manera lineal, sino mediante un proceso de prueba, controversia y permanencia. La técnica puede trascender su condición instrumental y, a través del tiempo y la crítica, convertirse en parte de la memoria arquitectónica.
BIBLIOGRAFIA:
Benevolo, L. (1982). Historia de la arquitectura moderna. Gustavo Gili.
Boileau, L.-A. (1886). Histoire critique de l’invention en architecture: classification méthodique des œuvres de l’art monumental. Vve Ch. Dunod.
Eiffel, G. (1889). La Tour de 300 mètres: description du monument. Librairie Polytechnique.
Frampton, K. (1981). Historia crítica de la arquitectura moderna. Gustavo Gili.
Giedion, S. (1941). Espacio, tiempo y arquitectura. Harvard University Press.
Harvey, D. (2003). París, capital de la modernidad. Akal.
Patetta, L. (1987). Historia de la arquitectura. Electa.
Tour Eiffel. (s. f.). Technical description of the Eiffel Tower. Recuperado de https://www.toureiffel.paris/en
Viollet-le-Duc, E.-E. (1895). Rational building: Being a translation of the article “Construction” in the Dictionnaire raisonné de l’architecture française du XIe au XVIe siècle. Macmillan.